Sin embargo el robo no es el daño más profundo que se le puede causar a una sociedad cuyos bienes materiales, como todas las fortunas, van y vienen. Mucho más delicado que todos los tesoros resulta la laboriosa construcción de las instituciones que nos organizan y gobiernan en un país con una historia jalonada de enfrentamientos y convulsiones. Y lo que se observa en las recientes décadas es un paciente y meticuloso desmantelamiento de esas instituciones al sólo objeto de garantizar la prolongación de la política clientelar a todas las áreas y la más perfeccionada impunidad.
Duele Tucumán por la impunidad criminal, duele Tucumán por la impunidad ambiental, duele Tucumán por el despilfarro de oportunidades, y también duele porque vemos llegar corsarios montados en tragamonedas a llevarse los salarios de los que menos ganan. Nos roban, pero no es el robo el daño mas profundo.
Ya es suficientemente malo que un pavimento no dure un año y nos cueste una fortuna. Pero mucho peor aún es que esa calle la crucen hombres y mujeres cuyos valores sociales se perdieron por la billetera engañosa de falsos profetas y mercaderes.
En esta provincia la vida de las personas, su salud, su bienestar, solamente han merecido hipócritas declamaciones en la nueva constitución. Su artículo 5 dice: “El pueblo tucumano se identifica con los inviolables e inalienables derechos del hombre, como fundamento de la convivencia política, de la paz, de la solidaridad, de la justicia social y del bien común. Toda autoridad pública tiene la obligación de respetar, hacer respetar y proteger la dignidad de la persona, y está sujeta a la Constitución y al orden jurídico”.
Parece un irónico epitafio anticipadamente escrito para chicos como Ariel Ramón Llanos. ¿Alguien se acuerda de él? El casi niño de 17 años que permaneció tres días tirado en el Instituto Roca, pasado de pastillas “para que no moleste” con sus rebeldías. O para los tantos presos para quienes la pena de muerte resulta innecesaria condenados como están a drogarse en colectivo y paulatino suicidio. ¿Por qué debería ser diferente en Villa Urquiza?. Son pobres, adictos, ladrones. De los que van presos. Casualmente, muchos, menores, y estratégicamente prescindibles. Pero revoltosos. Y el autócrata necesita tranquilidad para instalar casinos, Call Centers y supermercados. Necesita cosechar la siembra de la reforma a su medida, de las leyes y emergencias económicas amañadas para beneficio propio y de los amigos. No es cuestión que por unos pocos inadaptados que ni sirven para votar, tenga un mal día. No quiere verlos en las noticias. Ni muertos. Suficiente tiene con los jubilados de la plaza, que le sirven de murmuroso fondo mientras esta gravemente ocupado en la mística tarea de parecer. Tratando que la imagen que le devuelve la prensa sea aún mejor que la que el complaciente espejo refleja en la pared.
Fuente: www.elperiodico.com.ar
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